El expresidente Martín Vizcarra, vacado por graves cargos de corrupción y hoy candidato al Congreso, se empieza a quedar solo y su capital político tambalea al borde del abismo. A estas alturas, quedan pocas dudas de que la imagen política y la popularidad que supo construir en su corto ascenso al poder eran una burla, como su promesa de luchar contra la corrupción. Pero muchos le creímos. Llegó a tener hasta 80% de aprobación y una vez destituido por los serios indicios de haber recibido millonarias coimas a cambio de obras en 2014, su apoyo seguía rondando el 70%.
Su última mentira puesta al descubierto -que se vacunó contra la COVID-19 en secreto, abusando de su poder y cargo en octubre del año pasado, cuando todavía era presidente- parece confirmar que Vizcarra no tiene otros intereses que los propios y que sus lealtades están en función de ello. Tiene sangre fría para sostener una mentira en público las veces que sea necesario.
La semana pasada dijo que había sido un “valiente voluntario” de los ensayos clínicos de Sinopharm en el Perú. Puesto en evidencia, insistió en su versión, lo que obligó a la misma Universidad Peruana Cayetano Heredia -que está a cargo de los ensayos clínicos en el país- a romper su silencio y a desmentirlo públicamente a través de un comunicado que no deja lugar a dudas: él ni su esposa fueron parte de la fase tres de la investigación en el Perú.

¿Qué hizo Vizcarra? ¿Reconoció su error? Nada. Insistió y hasta mostró una cartilla de voluntario a su nombre que no tiene un dato clave: el ‘sticker’ con el número que se le asigna a cada una de las personas (12 mil en total) que participaron en el ensayo de Sinopharm (y no lo tiene porque no es voluntario de nada). Hasta sus más acérrimos defensores, entre ellos varios periodistas, líderes de opinión, políticos, candidatos e ‘influencers’, han marcado distancia, porque es indefendible.
Los únicos que le siguen creyendo son los dirigentes de Somos Perú, el partido por el que postula al Congreso, que no parecen tener la intención de retirar su candidatura como una muestra de mínimo respeto a las personas que luchan en primera línea contra el virus día a día y a las familias que han perdido a un ser querido en esta pandemia.
Pero ese respaldo no parece ser una cuestión de convicción política sino de conveniencia: Vizcarra es casi la única posibilidad que tiene Somos Perú de poder pasar la valla electoral en abril y así mantener su inscripción como partido (y por tanto el financiamiento público) y para Vizcarra, lograr una curul (y por tanto la inmunidad), es el único camino para ponerse a buen recaudo de la justicia por los próximos cinco años. Un win-win para los intereses particulares de ambos.
Un largo historial de mentiras
“(Vizcarra) es un hombre que ha hecho de la mentira y la traición su forma de actuar en la política”, dice el periodista Carlos Paredes, que investigó la trayectoria pública del expresidente y la plasmó en el libro “El perfil del lagarto. Radiografía de un político de sangre fría”, que está por publicar, donde logra establecer los patrones de conducta que explican su ascenso y caída. “Varios de sus paisanos en Moquegua lo consideran un mitómano, que es una patología que ha mostrado a lo largo de su carrera”, agrega Paredes.
Veamos. Vizcarra fue parte de la operación para la vacancia de PPK desde la embajada en Canadá, aunque Kuczynski renunció antes que lo destituyan; se reunió con Keiko Fujimori (lo que trató de negar al principio), que hacía y deshacía en el Congreso disuelto, para asumir la presidencia; una vez en el poder se enfrentó a los fujimoristas hasta disolver el Parlamento. Esta fue la jugada estratégica que le dio el capital político necesario para sentir que estaba por encima del bien y del mal.
Pero la fachada de credibilidad que había logrado levantar se empezó a despintar con el caso de Richard ‘Swing’, en el que dio muestras de su habilidad para la mentira y el encubrimiento. Los audios que se filtraron evidencian su intención de ocultar información y obstruir a la justicia que investigaba este asunto. Aquí se salvó de un primer intento de vacancia en su contra.
Luego vinieron las revelaciones de los aspirantes a colaboradores eficaces de la fiscalía, que declararon que dos empresas vinculadas al escándalo del ‘Club de la Construcción’ (ICCGSA y Obrainsa) le pagaron 2.3 millones de soles en coimas a Martín Vizcarra cuando fue gobernador (2011-2014), a cambio de dos proyectos (el hospital regional de Moquegua y la obra de irrigación Lomas de Ilo), y aportaron evidencias sólidas y pruebas de los pagos. Vizcarra se victimizó, pero esta vez no le alcanzó para evitar su vacancia. También mintió sobre su relación con Obrainsa, con Antonio Camayo (implicado en el caso ‘Los cuellos blancos del puerto’) y sobre sus reuniones con los alcaldes de Tía María, por citar algunos casos.
Ya fuera del poder, nos enteremos además que Vizcarra nos engañó sobre la compra de las vacunas: no pudo cerrar un solo trato con los laboratorios y luego volvió a vernos a cara con su candidatura al Congreso. La gota que rebalsó el vaso fue que se vacunó en secreto en octubre pasado, cuando estaba aún en Palacio, aprovechándose de su poder, mientras que médicos, enfermeras y todo el personal de primera línea exponían sus vidas y la de sus familiares para combatir el virus. Un acto de cobardía que podría tener además consecuencias penales. ¿Habrá gente que aún le cree? ¿Este es el tipo de político que queremos? El 11 de abril se sabrá.