Durante la pandemia se hizo más que evidente los celos, desconfianzas, rencillas y sospechas que hay entre el sector privado y el aparato público. Uno no deseaba trabajar con el otro y viceversa. Cada uno bailaba con su pañuelo y si ambos hacían lo mismo, no interesaba que los recursos, que siempre son escasos, se gastaran de una manera coordinada.
Al inicio el Estado mandó el mensaje de que estaba presente y que era su responsabilidad proteger a los ciudadanos. Mandó a todo el mundo a su casa. Cerró operaciones y producción de la mayoría de sectores de la economía. “Yo mismo soy”, dijo. “A los ciudadanos los protejo y cuido yo”. Creyó que con crear un plan para evitar el colapso de la cadena de pagos y entregando bonos a personas vulnerables (que ni siquiera tenían cuentas bancarias) podía contener el virus.
Aunque muchos sectores se opusieron a las medidas y plantearon hacer acciones en conjunto, el Estado no escuchó. Su objetivo principal era evitar el contacto físico, así que todos se guardaban. Que la actividad económica, que la producción, que la recaudación para servicios públicos, etc., pase a un segundo plano. La intención era la mejor: velar por la salud de las personas.
Sin embargo, la realidad siempre te destruye las buenas intenciones. No se consideró la informalidad que caracteriza a la economía peruana, ni el debilitado sistema de salud (que por política no recibió la atención necesaria en los últimos 25 años). Tampoco el gran déficit de cobertura de agua potable y alcantarillado. Solo en lima, 4 millones de peruanos no tienen acceso a lo principal para mantener una higiene contra el bicho maldito. Por último, aunque se redujo a un 22% de la población, la pobreza aun es un problema que tenemos que erradicar en los próximos años.
Sin embargo, en el sector privado también existieron casos criticables. Las ganas de ganar a como dé lugar estaban por encima de satisfacer necesidades. Eso lo vimos en Piura donde el balón de oxígeno se pudo adquirir a S/6,000. Aunque es un hecho que, a mayor demanda, los precios aumentan y que entren nuevos actores a competir demora; siempre el sentido de la ética y el respeto irrestricto al prójimo debe prevalecer.
Aunque luego enmendó el rumbo y esta semana se inauguraron tres plantas de oxígeno para abastecer hospitales ante segunda ola de Covid-19 a través de la campaña Respira Perú, fabricadas en el país por la empresa Modasa. El mismo presidente Sagasti destacó el esfuerzo del sector público y privado, la academia y la sociedad civil para poder hacer frente de una mejor manera esta emergencia sanitaria.
“Esto es una demostración clara de lo que podemos hacer todos los peruanos y peruanas cuando dejamos de lado diferencias y puntos de vistas distintos, y nos concentramos en un objetivo común, uniendo esfuerzos. Estas plantas llevarán la vida a varias regiones del país”
Francisco Sagasti, presidente de la República
El sector privado es el que genera la riqueza y el Estado es el responsable de entregar servicios esenciales a personas con menos oportunidades, gracias a los impuestos que recauda de ese sector privado. Entonces, si existe esta dependencia mutua, ¿por qué trabajan de forma separada? ¿No se lograría mayores sinergias, sobre todo en crisis como la actual, si los mayores actores nacionales trabajan en conjunto? ¿Por qué hay políticos y candidatos que se oponen con un discurso antiempresa y quieren concentrar todo el poder en el Estado? El último caso de estos fue cuando pusieron el grito en el cielo ante la posibilidad de que el sector privado participe en la vacunación.
Su último trabajo juntos es el de la vacuna: se separaron roles: “Yo compro, tú te encargas de traerlas”. Eso es un avance. El sector privado financió enteramente el traslado de las dosis de Sinopharm, a través de la ONG Soluciones Empresariales, desde China hasta el Perú. Esperemos que se den más casos donde el trabajo en conjunto sea la norma y no la excepción. Pensemos en eso… ¡Qué liga de la justicia ni ocho cuartos! Que el sector privado y público trabajen de la mano los haría invencibles.