«Perú Libre es un partido de izquierda socialista, marxista, leninista y mariateguista». Así define la línea ideológica de este movimiento regional su fundador, el exgobernador de Junín Vladimir Cerrón, quien era candidato natural a la presidencia de su partido, pero al no poder postular porque tiene una sentencia por corrupción vigente, puso en su lugar a Pedro Castillo, el profesor de escuela rural y dirigente sindical que acaba de ganar la primera vuelta electoral este domingo, con más del 18 % de los votos válidos a nivel nacional, según resultados preliminares, y enfrentaría en el balotaje de junio a Keiko Fujimori.
Perú Libre tendrá la primera mayoría en el nuevo Congreso que empezará a funcionar a partir de agosto próximo, con 32 curules. Este Legislativo será más fragmentado que el actual, con 11 bancadas, según las proyecciones en base al conteo rápido de votos al 100% de Ipsos, lo que hará más difícil conseguir consensos.

Pero Cerrón sostiene que este hecho -la representación que tendrá Perú Libre en el Legislativo- ya es un triunfo en sí mismo, más allá del resultado de la segunda vuelta, porque le permitirá a su partido tener el control de importantes comisiones (Economía, Fiscalización, Presupuesto, Salud, Educación, entre otras), para «lograr cambios trascendentes».
¿Qué entiende Cerrón por «cambios» de este tipo?
Básicamente al cambio de modelo económico -que le permitió al Perú crecer y reducir la pobreza en los últimos 30 años, aunque sin cerrar las brechas sociales en la misma proporción- por un régimen estatista e intervencionista, que ahuyentaría la inversión y frenaría la reactivación de la economía y la recuperación del empleo en medio de una las peores crisis de la historia del país, producto de la pandemia.
El plan de Perú Libre pasa por lograr una nueva Constitución a través de una Asamblea Constituyente para darle al Estado -ese mismo que ha sido incapaz de cumplir su labor más elemental, de proveer servicios básicos y de calidad a la sociedad- un rol «interventor, planificador, innovador, empresario y protector», que «regule al mercado».
Así se lee en el plan de gobierno de este movimiento, que incluye imponer más impuestos a todas las empresas, eliminar las exoneraciones tributarias y estatizar diversos sectores estratégicos, como recursos minerales, el gas y petróleo. Según Perú Libre, así lograrían dinero para «eliminar la pobreza, la desnutrición, el analfabetismo, construir carreteras y aeropuertos, lograr saneamiento integral con agua y desagüe de los pueblos más recónditos».
Pero lo cierto es que se trata de una ‘receta’ ya conocida para un desastre económico seguro, como el de Venezuela, aunque Cerrón -por obvias razones- diga que que lo que busca es replicar los «ejemplos exitosos» de Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador (que ya sabemos cómo terminaron también).
Perú Libre también plantea revisar todos los Tratados de Libre Comercio (TLC) -que han tenido un impacto positivo en nuestras exportaciones e importaciones- y anularlos si consideran que afectan el «interés del pueblo». Los empresarios que se salven de las expropiaciones deberán «fomentar el empleo regional en un porcentaje superior al 60% del total de su personal» y «garantizar la transferencia tecnológica con capacitación y equipamiento para la población del área de influencia».
El partido del lápiz además propone incrementar el presupuesto para la Educación del 3.5% actual al 10% del PBI, para lo cual proponen «el gas de Camisea como pan de la educación»; es decir, aumentar el impuesto por la extracción del recurso de «US$1.135 millones a US$23 mil millones a precio de mercado».
La mayoría de estas propuestas, como ya analizamos y explicamos en Piensa.pe, son inviables y no tienen sustento. El Perú requiere cambios, qué duda cabe, pero no estos que busca Perú Libre, sino aquellos que nos permitan reactivar la economía y retomar el crecimiento, para seguir reduciendo la pobreza y cerrando brechas sociales y desigualdades, a través de la inversión que genera riqueza y empleos.