El peruano que actualmente maneja los destinos del país, hace cinco años lideraba una protesta a nivel nacional. En el 2017, Pedro Castillo y cientos de maestros marchaban en contra del Ministerio de Educación. “Todos tenemos que salir a las calles, no nos queda otro camino más que la lucha”, arengaba.
Ese mismo peruano que llamaba a la movilización social, hoy desconoce los reclamos de su pueblo. “Se están anunciando algunos paros y bloqueos en las carreteras [por] algunos dirigentes y cabecillas malintencionados y pagados”, dijo Pedro Castillo el último sábado.
Castillo está demostrando que no solo carece de conocimientos de administración pública, sino que tiene un problema ético. ¿De qué otra manera puede explicarse que un presidente sindicalista se comporte con autoritarismo ante las protestas legítimas del pueblo?
En tan solo una semana, el presidente Pedro Castillo ignoró un paro provincial y llamó delincuentes a los dirigentes de transportes, lo cual desató una protesta nacional. Para empeorar las cosas, ordenó una desmedida intervención policial y finalmente, tuvo la brillante idea de declarar la inmovilización social en Lima y Callao, tomando por sorpresa a millones de peruanos que viven de lo que ganan a diario y que no pueden darse el lujo de quedarse en casa.
En 20 años de democracia, los gobiernos de turno han enfrentado marchas, paros y huelgas. Ciertamente no hemos sido un país unido. Y muchas protestas fueron desatendidas. Sin embargo, el decreto supremo que nos encierra como si fuéramos un virus es un despropósito.
Por último, esta agitada semana se ve manchada con frases insensibles que reflejan acaso el verdadero espíritu del presidente y su entorno. “No creo que se queden sin comer por un día”, dijo el ministro de Justicia, Félix Chero. En la misma sintonía y para remate, José Luis Gavidia, ministro de Defensa, dejó al descubierto su crueldad: “Solo hay cuatro muertos, no hay nada más”. Pedro Castillo puede haber sorteado dos intentos de vacancia, y quizás se libre de uno más, pero no podrá sortear la decepción, el hartazgo y el rechazo del pueblo peruano.