Me pregunto si la señora Julia, quien trabajaba en el área de limpieza de una pequeña empresa, entenderá por qué al Perú no le fue tan bien en la lucha contra el Covid-19. Ella solo vio como su trabajo e ingresos se desvanecían. Luego vivió en carne propia la angustia y el miedo. Salir o no salir. Recoger ese bendito bono. ¿Dónde? ¿Y si no está? ¿Y si me contagio?
Para Julia buscar responsables es un lujo; no hay tiempo. Pero es necesario y si no lo hacemos, no sabremos qué cambiar para afrontar un futuro que parece ponerse cada vez más retador.
Si bien el gobierno reaccionó rápido cerrando fronteras y declarando el estado de emergencia cuando la pandemia empezaba, lo que vino después fue un conjunto de desaciertos que nos llevó a liderar los rankings mundiales tanto en número de contagios y muertes, como en economías más afectadas.
¿Qué falló? Muchos nos dieron como respuesta las carencias estructurales que el país arrastra desde hace décadas. La falta de infraestructura en salud así como la campante informalidad son, efectivamente, factores que harían difícil la tarea de enfrentar una crisis sanitaria en cualquier país.
Pero incluso tomando lo anterior en cuenta, sería deshonesto afirmar que no se pudo hacer más. Pudimos anticipar, prepararnos, actuar rápido. Eso no ocurrió. Las compras de camas y medicamentos avanzaron a paso tortuga, no hubo suficientes campañas de información ni distribución de artículos de higiene, ni vimos autoridades imponiendo el distanciamiento en centros de aglomeración durante los primeros dos meses de cuarentena. Los bonos siguen llegando tarde y miles de canastas nunca llegaron a sus destinos. Como Julia, muchos sobreviven a pesar del Estado, no gracias a él.
Sabemos que se pudo hacer más. ¿Por qué no se hizo? Dejemos a un lado la responsabilidad que tendrían nuestras actuales autoridades y pongamos el foco en un elefante blanco que pocos quieren voltear a ver: un Estado enorme que, a la hora de la hora, es tan grande y pesado que no puede ni moverse.
En los últimos 19 años (2000-2019) el tamaño del Estado creció casi 10 veces, mientras que lo que se recaudó en impuestos solo creció 5 veces, según data del Ministerio de Economía y Finanzas. Hoy, el Estado consume gran parte de los recursos públicos sólo en mantenerse funcionando. Solo entre el 2011 y el 2017 el gasto corriente (costos administrativos, servicios varios, nada esencial), pasó de S/. 7,606 millones a S/. 15,705 millones.
Si durante 20 años no hubo mejoras significativas en los servicios públicos y tampoco se ha duplicado la población, ¿por qué el Estado sigue creciendo? ¿Por qué sigue generando más y más regulaciones que no solucionan nada? Es hora de enfrentar al elefante blanco que, a pesar de darnos muy poco, sigue creciendo en nuestras narices.
[Foto de portada Andina]