A casi 100 días de gobierno, Perú Libre y sus aliados insisten con la idea de instalar una asamblea constituyente en nuestro país, con diferentes tonos o con otros nombres. Más allá de ser una bandera política, este proceso tiene implicancias jurídicas y económicas para el país, pero esto no importa cuando se trata de imponer una narrativa, que es finalmente lo más relevante.
Para estos fines, el caso de la Convención Constituyente chilena es un gran ejemplo para sostener la narrativa. “Un pueblo que acude democráticamente a una asamblea constituyente para reestructurar las bases del Estado y dar fin a un estallido social y a la constitución de la dictadura que generó desigualdad”. Es el relato perfecto para justificar un proceso de este tipo.
Pero por lo visto hasta ahora, la Convención chilena, dominada por la izquierda, no augura nada bueno para el futuro del vecino del sur. Menos aún cuando sus primeros actos pasan por pedir una ley de amnistía para los “presos políticos” o aumentar el número de vicepresidencias, para satisfacer los apetitos políticos de todos los sectores. A estas alturas, parece evidente que redactar una Constitución de consenso, que recoja las necesidades y preocupaciones de todos los chilenos, es la última de las prioridades de los asambleístas.
En efecto, la radicalidad y escasa seriedad de varios constituyentes chilenos -y de sus partidos- se refleja en el espectáculo brindado por el constituyente Nicolás Núñez, de la lista Apruebo Dignidad, creada por el Frente Amplio y Chile Digno, movimientos de izquierda. Así, citando a Chayanne, Núñez concluyó su discurso de apertura a la Sesión 35° de la Convención entonando esta canción:
El nivel de constituyentes como Nuñez es clave para entender y proyectar el desarrollo de la convención. Las arrogantes declaraciones del constituyente Daniel Stingo, de la misma lista que Núñez, van en esa línea. Solo habría que revisar lo que comentó en una entrevista en el programa televisivo ”Estadio Nacional” el 23 de mayo de este año:
“Conversar, por supuesto. Si quieren reunirse a conversar que un solo sistema de salud, y no sistema privado y público. Ningún problema. Si usted quiere un sistema privado de salud. Perdone. Va a perder”
Daniel Stingo, constituyente chileno.
El primer minuto es suficiente para degustar de las virtudes del constituyente:
Como se ve en sus declaraciones, llegar a consensos, sobre todo con quienes se hallan en la orilla opuesta, no es su prioridad. La carga ideológica es tal que el debate se reduce a un acto de votos. Para los constituyentes de izquierda, que dominan la convención chilena, las cosas están definidas.
En palabras del cientista político Patricio Nava, la interacción entre estos personajes generará una Constitución “extensa y llena de contradicciones y ambigüedades”, que difícilmente resuelva los verdaderos problemas del país. Esto sin mencionar el plazo que tardarán en redactar el texto y en reducir la incertidumbre que los invade.
Sin dudas, esta última se acentúa por un factor que no debe pasarse por alto: la homogeneidad en la concepción de la Asamblea Constituyente. En efecto, y muy en línea con lo planteado por el oficialismo, la izquierda chilena concibe a la Constituyente como “un organismo soberano, libre, autónomo, no sujeto a poder alguno”, con las implicancias naturales que esto implica: poder absoluto, muy similar a lo planteado en Venezuela en 1999.
Así, además de la discrepancia sobre las funciones y límites de la Asamblea, el profesor Alejandro San Francisco, de la Universidad de San Sebastián, considera que hay otro riesgo: “Si habrá pleno respeto a las reglas acordadas y a la Constitución vigente o bien se dará la posibilidad de acudir a las vías de hecho, eventualmente el uso de la violencia y la posibilidad de saltarse las normas vigentes, corriendo el cerco de lo posible.”
Si bien el órgano chileno aún no emite un proyecto de Constitución, para el cual fue creado y que deberá ratificarse en un plebiscito, su proceder da luces no solo de las contradicciones internas, sino también de un ánimo por sobrepasar sus propios límites, en nombre del hambre de poder de la propia institución.
A todas luces, el proceso constituyente chileno es ejemplo de lo que no se debe hacer.