En noviembre, una noticia inundó las redes sociales, noticieros y otros medios. Perú había emitido bonos a un plazo de 100 años. Unos festejaron como si hubiésemos ganado el mundial de fútbol. Decían: “Es una muestra de que en el exterior nos tienen confianza dado los buenos resultados de variables importantes”. Se refieren a variables como: inflación, reservas internacionales, el mismo nivel de nuestra deuda. Al cerrarse 2019, era de 27% del PBI. Y sí, son variables que demuestran que nuestra capacidad de pago a futuro es posible.
La ventaja principal de emitir bonos es que, tanto para empresas (normalmente, solo empresas grandes los emiten) y gobiernos, es que se evitan la intermediación financiera. Es decir, la parte que necesita el dinero (en este caso el gobierno peruano) lo solicita directamente a la parte que lo posee (normalmente inversionistas institucionales como fondos de pensiones o aseguradoras extranjeras). Al suceder esto, el costo del préstamo, es decir la tasa de interés, es notablemente más baja porque los bancos (intermediarios) no intervienen en la operación de préstamo.
Ahora bien, ¿toda la autorización a emitir estos US$4,000 millones en bonos han sido a un plazo de 100 años? No, la emisión ha sido a tres diferentes plazos: 12, 40 y 101 años para ser precisos. Y dado que ha tenido diferentes plazos, los montos en cada plazo y tasas de interés también son distintos. Veamos el siguiente cuadro resumen:

La tasa de interés lograda, es bueno reconocer, es una de las más bajas alcanzadas en cada uno de los plazos. Es más, ¿recuerdan la emisión del mes de abril? Se pidió prestado US$3,000 millones también a plazos distintos, pero las tasas no fueron tan atractivas como en noviembre. Nos ahorramos casi 1% al emitir en noviembre a 12 años respecto de abril que se emitió a 11 años.

Hasta acá todo muy bonito y sí… exitoso por los plazos y tasas de interés alcanzados. Sin embargo, ¿a qué se destinarán esos recursos? Por ejemplo, en una familia típica que tiene tarjeta de crédito, ¿cuándo debe usarse? ¿Para hacer compras fijas de la comida de la semana (gasto constante) o solo para gasto esporádico o de emergencia? Siempre debe ser lo segundo. Los gastos constantes deben ser cubiertos con el ingreso que se obtiene al producir. Si la tarjeta se usa para satisfacer consumos constantes (y no son cancelados dentro del mes en su totalidad), convertirás tu deuda en una bola de nieve imposible de cancelar.
Dicho esto, no nos hagamos los locos y respondamos la pregunta anterior: ¿A dónde irán los recursos de la emisión? A pagar gasto público, dado que el Estado vio reducido sus ingresos. ¿Por qué? Porque los que financian al Estado, por los impuestos que pagan, son todos los tipos de empresas (de cualquier tamaño) y los consumidores; y por la crisis, muchas empresas dejaron de operar (y por tanto de producir) y muchos consumidores perdieron su trabajo. ¿Pero el aparato estatal se achicó? No. Sigue casi tal cual.
Toda deuda debe honrarse y cancelarse. Pero lamentablemente, si hoy pedimos deuda, no seremos nosotros la que lo pagaremos. Serán impuestos que se cargarán a generaciones futuras. No es el caso hoy, pero siempre el problema es que los Estados caigan en manos de personas populistas o irresponsables y comiencen a tomar deuda sin control. Por los mayores impuestos futuros que se tendrán que cobrar, incidiría en menor inversión y en menor bienestar.
Cuando se discuten temas ambientales, ¿acaso no nos preocupan las generaciones futuras? Sí, claro. Es un temor que, si no resolvemos el problema ambiental, las generaciones futuras sufrirán las consecuencias. ¿Por qué no aplicamos la misma lógica con la deuda? Los Estados hacen crecer y crecer la deuda y serán generaciones futuras las que se harán cargo.