Por Karen Reyes
Cuba es un país de antítesis. Se pronuncia brevemente, pero con ímpetu. Se dice que es la llave del golfo, pero tiene un gobierno democráticamente cerrado. Su población apenas llega a los 11 millones, pero en cualquier parte del mundo te puedes encontrar un cubano.
Impulsados por la constante necesidad de expandir los límites geográficos, cada obstáculo ha sido la fuerza y el empeño para ser buenos en lo que hacemos. Vemos los problemas como fuente de humor. Nuestras voces a todo volumen en las fiestas es una forma de liberación y expresión. Lo que hoy en todos los países se conoce como resiliencia ha sido para los cubanos el pan de cada día para dejar atrás las peores condiciones.
Sin embargo, como apuntan varios estudios sobre la autoimagen del cubano, desde 1993 (uno de los años más críticos del periodo especial) la realidad de creerse “los mejores del mundo en todo”, se ha visto apagada por las crecientes ineficiencias económicas generadas por el gobierno, que tuvo su momento de gloria este enero de 2022.
El triste y dolorosamente recordado periodo especial ha regresado a Cuba en una segunda temporada. Ahora tiene un nombre menos terrorífico, pero letal: reordenamiento. Sus consecuencias: alto porcentaje de inflación, bajo poder adquisitivo de la moneda nacional, grandes olas migratorias, desabastecimiento de alimentos y otros productos esenciales vuelven a socavar la autoestima colectiva de los cubanos. Porque esa autoimagen está directamente relacionada con las situación económica y social del país.
Pero una vez que las tensiones bajan —dígase emigramos los cubanos, creamos una mipymes dentro de la isla o logramos un negocio próspero— sale a flote la esencia del ADN cubano. Ese en el que se mezclaron las características más descollantes de los españoles, africanos, chinos y otras poblaciones europeas: locuacidad y austeridad, fuerza y resistencia, tesón y constancia, cordialidad y altruismo.
Ahora los cubanos, por la posibilidad de viajar por el mundo luego de muchísimos trámites, han logrado asentar su personalidad, ser menos grandilocuente en sus hazañas de regreso a Ítaca y más cálido con aquellos que todavía no salen de la burbuja socialista. Hoy Cuba está lista para el cambio hacia la democracia y su gente no deja de prepararse para alcanzarla.