Hace unos días, en Arequipa, escuchamos el siguiente dato noticioso: más de 29 personas han perdido la vida en lo que va del año por saltar del apodado “Puente de la Muerte” (cuyo nombre original es “Puente Chilina”). En vez de ser una obra para mejorar la ciudad, se ha convertido en la última parada de varios compatriotas.
Los policías del Escuadrón de Halcones son los encargados de la vigilancia del puente y quienes tratan de disuadir a estas personas. Ellos comentan que este 2021 ha traído muchos más casos de intento de suicidio que el año pasado y que tan solo en el mes de Junio se han reportado 10 casos, y 5 en lo que va de Julio. Estas cifras nos alarman, más aún cuando sabemos que en los 4 primeros meses de este año, más de 200 peruanos decidieron acabar con sus vidas según el Ministerio de Salud.
Ante esto, se ha solido escuchar que la solución es que deben se instalen mallas e impedimentos en la totalidad de este tipo de construcciones, en suma al aumento de la seguridad. Sin embargo, la existencia del puente o la falta de mallas no son el problema. El problema está en la prevención: el estado de la salud mental de los ciudadanos. Y si bien hay un presupuesto destinado a salud mental que ha ido incrementando año a año a nivel nacional, en el caso de la región Arequipa, no existe una difusión notoria de cómo se ha manejado dicho presupuesto ni de qué resultados ha traído. De todas formas, es evidente que no está cumpliendo su objetivo.
Naturalmente, la salud mental de las personas ha empeorado por la pandemia y los problemas traídos por esta: el estrés, la angustia, la depresión, entre otros. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada 40 segundos hay un suicidio, sobre todo en los jóvenes entre los 15 y 29 años. Entonces, debemos tomarnos la salud mental en serio, crear estrategias adecuadas para evitar que se deteriore y escoger a futuras autoridades que demuestren un compromiso en protegerla.