El escándalo de la lista de vacunados clandestinos con las dosis de Sinopharm ha revelado no solo que necesitamos un Estado con menos privilegios, poder y burocracia, sino que, en política, la regla debe ser desconfiar y no endiosar, porque uno no sabe cuándo la realidad -o la verdad- les jalará la alfombra y los pondrá patas arriba.
Sí, somos un país que suele buscar un ‘mesías’, pero ya deberíamos haber aprendido la lección de cómo termina la historia cada vez que creemos haber encontrado a uno. Desde Fujimori, pasando por Toledo y García, hasta el mismo Humala. Todos nos mintieron en la cara una y otra vez.
Los políticos deberían ser coherentes y no acomodarse a las circunstancias según lo que les convenga en el momento, y reconocer que se equivocaron de ser el caso, porque si no terminan haciéndole el juego a personajes como Martín Vizcarra o Pilar Mazzetti, que si no se les hubiera puesto en evidencia, hasta ahora seguirían ‘gozando’ del aplauso fácil y de un gran respaldo que -ahora sabemos- no merecían. “Si eres ‘popular’ estoy contigo, si no lo eres, estoy contra ti”, parece ser la lógica que los mueve.
Muchos políticos que defendían a Vizcarra, que incluso votaron en contra de su vacancia -como los morados, por ejemplo-, pese a que habían serias evidencias e indicios sólidos de corrupción en su contra, saltaron del barco ahora que se empezó a hundir y de un plumazo -o de un ‘tuitazo’, según sea el caso- se reacomodaron en la orilla contraria.
Uno de esos casos que roza con un fanatismo militante es el de Patricia Arévalo, hoy candidata a la vicepresidencia en la plancha de George Forseyth (Victoria Nacional). Cada vez que podía, Arévalo alababa a Vizcarra y hasta llegó decir que era como el “padre que cada peruano necesita”.

Ahora que se sabe la verdad, dice en tono de crítica, en un reciente video, que «mientras los muertos se contaban por millares, los políticos se vacunaban a escondidas». Agrega que esas «cientos de vacunas que debieron estar destinadas a salvar vidas, fueron utilizadas para inmunizar a burócratas irresponsables e insensibles». Luego dice que la falta de transparencia de Vizcarra «puso en jaque la esperanza que nos había traído la llegada de las vacunas». Y cierra pidiendo una «comisión de la verdad» para investigar la crisis sanitaria. Pero se olvidó de la autocrítica.
Con el caso de Mazzetti fue parecido. Muchos congresistas morados otra vez se apresuraron a defenderla a rajatabla, a sacar conclusiones en torno a su renuncia por el escándalo de las vacunas y a culpar a otras bancadas a las que acusaron de maltratar a la ministra, cuando había piezas en toda esta historia que no cuadraban. Al final, se supo que renunció porque, al igual que Vizcarra, se vacunó en secreto y mintió al respecto.

Incluso el Partido Morado, con su candidato Julio Guzmán a la cabeza, ahora pretende ser el que le dé la estocada final a Vizcarra y Mazzetti.

Conclusión: en política, la regla debe ser dudar y estar vigilantes, con los políticos, con el Estado. Necesitamos políticos sensatos y no fanáticos.