A un día de cumplir 29 años de su captura, murió el genocida Abimael Guzmán, cabecilla del grupo terrorista Sendero Luminoso. Tras su muerte, debe determinarse qué se hará con su cuerpo. Normalmente, el cadáver debería entregarse al cónyuge, pero existe más de un problema asociado a dárselo a Elena Iparraguirre, otra sanguinaria terrorista que purga cadena perpetua. El primero: es el cadáver de un líder terrorista.
Ahora bien, la salida con el cuerpo de Guzmán tampoco es clara. La decisión debería tomarla el gobierno, pero prefirió lavarse las manos y trasladar la responsabilidad del tema a la fiscalía. Sin embargo, ante las críticas y cuestionamientos, este martes el ministro del Interior, Juan Carrasco, anunció que el Ejecutivo presentará un proyecto de ley para que los restos del cabecilla terrorista Abimael Guzmán sean incinerados, pero esto no será inmediato y los restos del genocida ya tienen más de 36 horas en la morgue del Callao. Además, las leyes no pueden tener nombre propio y no son retroactivas, por lo que aplicaría para casos similares.
Pero eso además evidencia una contradicción e improvisación, porque poco antes, el mismo jefe de gabinete, Guido Bellido, un abierto simpatizante de Sendero Luminoso, dijo que «respetarán» la decisión que tome la fiscalía en este caso. No mencionó ninguna iniciativa legal sobre este tipo de casos.
Previamente, para la titular del Ministerio Público, Zoraida Ávalos, el fiscal del caso, Juli García Romero, debería hacerse tomar una decisión pensando en la memoria y dignidad de las víctimas del senderista, porque no existen leyes específicas que regulen qué hacer en esta situación. Por ello además esta institución presentó otro proyecto para que jueces o fiscales dispongan de cadáveres en caso de afectación del orden público.
Por otra parte, Defensoría del Pueblo pidió al gobierno que regule la entrega de los fallecidos que supongan una amenaza a la seguridad nacional. Para esta, es un deber del Estado “evitar la comisión de actos que enaltezcan el delito a la persona que los cometió”, es decir, evitar toda forma de apología al terrorismo.
Esto es urgente. Más aún cuando sabemos que, en el caso de Abimael, la ideología senderista aún no ha muerto y hasta ronda Palacio de Gobierno.
¿Qué pasó con otros genocidas y tiranos en el mundo?
La preocupación es legítima: entregar el cuerpo podría implicar que su tumba se vuelva un lugar de veneración de senderistas o, incluso, uno de peregrinación. Este es el mismo temor que tuvieron las fuerzas armadas estadounidenses cuando murió el terrorista Osama bin Laden, en 2011. De hecho, la situación, con sus diferencias, fue similar. Muerto el yihadista, los militares tuvieron que decidir qué hacer con el cadáver para evitar que su tumba se vuelva un santuario. La salida en este caso, no fue incinerarlo, sino hundir el cuerpo en algún lugar del mar arábigo.
El objetivo principal detrás del futuro del cuerpo de Abimael Guzmán es evitar lo que sucedió con los cuerpos del narcoterrorista Pablo Escobar, el asesino Ernesto “Che” Guevara, el terrorista de la ETA Txabi Etxebarrieta, o con tiranos como Francisco Franco, Joseph Stalin, Benito Mussolini, o Kim Jong Il: que sus tumbas se vuelvan centros de culto y veneración.
El caso más conocido es del Guevara, quien murió abatido en Bolivia y enterrado en una fosa común en 1967. Así permaneció por 30 años, hasta que dieron con sus restos y el cuerpo fue enviado a Cuba a un mausoleo que Fidel Castro le mandó construir en 1997. Ahí, mas de 300 mil cubanos fueron a ver el cuerpo por esa época.

Etxebarrieta, abatido por la Policía en 1968, fue convertido por los terroristas de ETA en un símbolo. Tenía un busto (estatua) en Bilbao, pero fue retirado en el 2004 debido a las críticas de los sectores pacifistas de España.
Los restos de Franco fueron retirados del llamado El Valle de los Caídos, donde reposaron durante años tras su muerte, en 1999, en virtud de la Ley de Memoria Histórica, aprobada en honor a las 23 mil personas fusiladas en su régimen. Hoy reposan en una tumba familiar privada.
El régimen comunista soviético embalsamó los restos de Lenin y de Stalin, quienes fueron exhibidos durante años en un mausoleo en la Plaza Roja. En 1963, el cuerpo de Stalin fue retirado de ese lugar, pero de Lenin sigue ahí, lo que le cuesta al Estado 18 millones de rublos al año en mantenimiento del mausoleo.

El genocida nazi Adolf Hitler se suicidó en su bunker y su chofer incineró su cuerpo con 180 galones de gasolina, para desaparecerlo. Hay muchas teorías y leyendas que se tejieron en torno a los retos de Hitler. En 2018 el Servicio Federal de Seguridad Ruso (ex KGB) reveló que se habían guardado parte del cráneo y la mandíbula del Fuhrer.
El fascista Mussolini fue fusilado y sometido a escarnio público en Milán antes de ser enterrado en una tumba anónima, para no fomentar el el culto a su figura, pero su cuerpo fue robado por simpatizantes y paseado por toda Italia, escondido en maleteros de carros y armarios.